Al constatar el cansancio de la modernidad enunciamos la fatiga de sus modos, que persisten en el tiempo. Asimismo interpretamos su fracaso, su múltiple ruptura: la quiebra de un modelo que apostó por la eternidad y ahora muestra su desvalimiento, su vulnerabilidad. Pero el fracaso no es acabamiento, ni fin, ni muerte. El fracaso como el naufragio (ambas palabras están, obviamente, emparentadas) deja restos.