Es indiscutible la relación entre el libro universal, El Quijote, y toda una generación literaria, la del 27, fascinada por los vientos regeneradores del vanguardismo estético que por esa época recorrieron Europa. Una corriente, que como sucediera con Cervantes, se preocupa de la expresión lingüística o del paralelismo de las ideas.
Simboliza y sintetiza, además, esta generación, del mismo modo que la inmortal obra de Cervantes, una simbiosis de tradición y de vanguardia y una permanente relación entre un lenguaje puro y poético con otras formas más populares. El lenguaje de Cervantes diseccionado por el microscopio y el bisturí literario de Jorge Guillén, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, María Zambrano, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Vicente Aleixandre y otros nombres propios que con mayúsculas han protagonizado la historia de la literatura española. Un auténtico grupo de talentos como lo fue el autor de las andanzas de Don Quijote y Sancho.
Si para los noventayochistas, el referente son los personajes (ya don Quijote, ya Sancho, ya cualquiera de los muchos que pululan por las páginas del relato), para los escritores del 27 lo importante es el punto de vista que los mueve como piezas en un tablero. Es decir, la cuestión central es Cervantes, ya sea como escritor o como individuo humano, ya sea Cervantes como escritura. La «ficción» ya no es concebida como territorio opuesto a la «reali dad» sino como un «modo» de leer el entramado de signos en que esta última se manifiesta. Este desplazamiento de la historia al discurso, implica subordinar la tematización (o el referente) a los modos de producirla como resultado. En ese terreno, en efecto, tanto Góngora como Goya, pertenecen a la familia de los «realistas», pero ninguno de los dos son reductibles a la lógica mimética de la representación que suele asociarse con dicho concepto. Es su complejidad y la problematización formal donde dicha complejidad se inscribe, lo que interesa a los miembros de lo que deberíamos empezar a llamar con más frecuencia «generación de la Segunda República». Leamos, por ejemplo, las brillantes páginas de Rosa Chacel que se incluyen en este libro. Al comentar, al hilo del libro Auto biografías de Unamuno de Ricardo Gullón la manera en que el rector de Salamanca se aproxima al mundo cervantino, señala explícitamente la diferencia existente entre un novelista que debe «ser abnegado y sacrificarse al personaje», lo que sería válido, en su opinión, para las Novelas ejemplares, y el escritor que asume el relata como modo (indirecto) de confesión.
En la Nota sobre la novelística cervantina de Francisco Ayala, en las referencias a un realismo «mágico» cervantino avant la lettre de Serrano Plaja, en la lúcida reflexión sobre «distancia histórica y diversidad psico-lógica» de García Bacca o en las certeras apreciaciones de Max Aub. Cuando comenta el influjo, para bien y para mal, que en la crítica posterior tuvieron las orteguianas Meditaciones del Quijote, Ayala subraya cómo la genialidad del Quijote radica, sobre todo, en una específica «técnica de composición» a partir de enfoques dispares y en principio incompatibles. «La realidad ha sido abordada en ellas [las dos partes del Quijote] desde una multitud de ángulos distintos, es decir, partiendo de la visión y de la elaboración a que los distintos "géneros" la habían sometido: el "realismo" de la línea Celestina-Lazarillo, la novela de caballerías y la pastoril, la de aventuras y morisca, la italiana, el cuento de origen oriental, Homero y Virgilio, el poema heroico-burlesco, el teatro romano y el español contemporáneo, etc. etc. La obra magna supera el plano "literario" aludiendo de cien mil maneras a la literatura tradicional, pero también remitiendo a la literatura in fieri, es decir, a la literatura como actividad vital. »
La selección de textos que ha preparado Jesús García Sánchez es, desde esa perspectiva, tan novedosa como imprescindible. Aún manteniendo la presencia (¿indispensable?) de los integrantes canónicos del 27 (Salinas, Guillén, Aleixandre, Cernuda, Altolaguirre), incorpora un nutrido conjunto de voces que muestra cómo esa generación truncada por la Guerra civil fue más rica y compleja de lo que los manuales al uso nos han querido hacer ver. Qué mejor homenaje en el centenario del Quijote a un autor que supo como nadie reivindicar, contra viento y marea, el «trabajo» de escribir: que piensen que soy cisne y que me muero.