La “política de los autores”, aparecida en Francia durante los años cincuenta, es la base de una de las teorías más célebres y revolucionarias de la historia del cine: por primera vez, algunos directores fueron considerados los responsables absolutos de sus películas, tratárase de Jean Renoir o de Alfred Hitchcock, del más independiente de los realizadores europeos o del típico asalariado hollywoodiense. La expresión, desde entonces, ha sido adoptada por el lenguaje cinematográfico más corriente y ha triunfado en ese campo sin dejar de conservar sus ambigüedades. Por ello, trazar de nuevo la política de los autores a través de los textos de la revista Cahiers du cinéma exige explicar su génesis, pero también revisar sus planteamientos y sus contradicciones. Es, en primer lugar, volver a los orígenes, salir al encuentro de la personalidad crítica de su creador, François Truffaut, cuyo amor por el cine como arte no estaba exento, en aquella época, de una buena dosis de provocación juvenil. Pero es también volver a analizar una construcción teórica indisociable de la política agresiva e intervencionista propia de los primeros números de Cahiers. Tanto el término como sus consecuencias provocaron la envidia de las demás revistas, intimidaron a los críticos que osaron aventurarse en su terreno y marcaron a todas las generaciones posteriores de cinéfilos, tanto en el seno de Cahiers como fuera de él. Por otro lado, todavía hoy se cuestiona la posibilidad de un uso correcto, de un “uso crítico” de la política de los autores: es decir, saber discernir sus influencias más fecundas, sus juegos de máscaras y sus efectos más perversos.