Crow aborda la pintura que se hizo en Francia a finales del siglo xviii con un punto de vista tan riguroso como brillante: las relaciones entre los diversos «discípulos» que trabajaron en el estudio de David, que se alejaron de él, mantuvieron el contacto y, de una u otra manera, le emularon y se emularon entre sí. Estas relaciones no son, sin embargo, estrictamente personales, pues afectan a la creación artística, a la configuración de modelos y el desarrollo de historias no menos que a la actividad política y a la situación social y profesional de los artistas. El autor se ha dotado de una especial agudeza para describir el tramado que teje la historia política e intelectual de los años revolucionarios, sus exigencias culturales, iconográficas, el culto al héroe y los problemas planteados por
el uso de la violencia, también su proyección europea.
Las obras de David, Dronais, Girodet, Fabre, las de Gros y Gerard, Guérin, las de Géricault, analizadas con el detenimiento que caracteriza a Crow, se perciben aquí bajo una luz distinta y esclarecedora: en su profunda relación con el mundo en el que surgen, no pierden nunca la autonomía que les es propia.