Cuando los grandes estudios quisieron domesticar a Kirk Douglas, no sabían a quién se enfrentaban. Él se las ingenió para producir sus propias películas. Quienes le conocían no se sorprendieron: Kirk Douglas, nacido Issur Herschelevitch Danielovitch en 1918, había pasado ya por todas las guerras. Sus padres eran rusos emigrantes, procedentes de la pobreza y de los pogroms; el padre se convirtió en trapero para sustentar a la familia y él mismo lió hatos de trapo en más de una ocasión. Esta fue la infancia de quien tal vez sea el último de los grandes. Su vitalidad y su tremenda fortaleza han hecho de él un ser emblemático dentro del mundo del cine: Kirk Douglas es hoy el símbolo del gran sueño norteamericano, el chico pobre convertido en rey del mundo por su propio esfuerzo.
Cada uno de sus pasos tiene en ‘El hijo del trapero’ un reflejo puntual, a veces tierno, otras abrumador, pero siempre sincero. En estas memorias, muy bien escritas, Douglas repasa su muy azarosa vida desde sus humildes orígenes neoyorquinos hasta la plenitud de su brillante carrera. Además de contar decenas de interesantes episodios de su estelar trayectoria como intérprete y de comentar sus relaciones profesionales con infinidad de figuras de Hollywood, Kirk deja constancia de su faceta como coleccionista incansable de amantes famosas, de su carácter iracundo y de la actitud distante que mantuvo durante la Caza de Brujas.